Bastantes
han sido las películas que han tocado el tema de niños que tienen eso que
llaman “amigos imaginarios”. Personajes que no existen, salvo en la imaginación
de quien los crea. Según los especialistas, los amigos imaginarios se crean con
el objetivo de que el niño tenga una especie de “protector” en situaciones
donde le toca interactuar con otras personas, especialmente niños de su edad
(usualmente entre los 2 y los 8 años). Y por norma suelen ser niños como ellos mismos
o hasta personajes con características fantásticas, y un ejemplo de ello es
Bing-Bong, de la película “Inside Out”.
Esto se
ha traído a colación porque quisiera abrirme con ustedes, mis queridos
p4rcivalianos, y hablarles de un amigo que está en todo momento conmigo (y no,
no es imaginario). Es un amigo invisible que me ha acompañado desde el día 1 en
este plano terrenal. Un amigo que, si bien es cierto que nada más puedo ver yo,
es tan real como el aire que respiro, como la comida que como cada día
(gracias, Jefe Supremo, por permitírmelo). Amigo con quien he tenido grandes
momentos a lo largo de mi vida, pero que también ha hecho que enfrente
dificultades de todas clases. Donde si bien es cierto que he salido airoso de
algunas, ha habido otras que no ha sido así. Un amigo que puede llegar a ser
tan loco como “The Mask”, tan inteligente como Will Hunting, tan inocente como
Matilda y tan valiente como Hércules.
La
presencia de este amigo fue detectada cuando tenía, aproximadamente, 1 año y
medio. Fue en una de esas visitas rutinarias al pediatra y en un momento de la
consulta, el especialista me llamó por mi nombre y ocurrió algo similar al
Kevin de “We Need to Talk About Kevin” (si viste la película, sabrás de qué
hablo): no reaccionaba con nada ni con nadie. Incluso cuando mi madre me
llamaba, no me movía ni un poquito. Y después de ir por acá y por allá, se
detectó qué ocurría conmigo. Pero antes de revelarles de qué se trata, les
cuento que el especialista que hizo un análisis más profundo y que dio en el
clavo con la respuesta, le dijo a mi madre que “le costará mucho hacer las
cosas, pero puede tener la seguridad de que, aquello a lo que se ponga como
meta, lo logrará”. Y al final, incluso con todo y que en aquellos años no se
tenía tanto conocimiento sobre el tema en nuestro país, se le dio nombre a ese
amigo que ha estado conmigo desde el momento de mi nacimiento.
Si bien
es cierto que, como lo diría uno de mis psicólogos en un informe que me redactó
una vez, tengo algunas características, no entraba al 100% dentro de todo lo
que involucra la presencia invisible de mi amigo. Más adelante (y realmente
quiero decir “más adelante” en toda la extensión y sentido de la oración, pues
pasarían muchos años) sabría el nombre exacto de ello, pero de eso ahondaré con
calma más adelante. Mientras, puedo decir que las primeras características de
que algo ocurría conmigo eran patentes gracias al andar con mi amigo invisible,
pues era alguien que le gustaba estar en reuniones de índole social como
fiestas infantiles y esas cosas, pero al momento de la interacción, era donde
comenzaban a “verse las costuras” pues la mayor parte del tiempo me quedaba
completamente solo en sitios como la sala de la casa que íbamos a visitar mis
padres y yo dentro de mi propio mundo. Otra cosa que se dejaba notar era que me
mecía mucho de niño, siendo esto una característica de autorregulación y que se
me dispara en casos de ansiedad o nervios. Y una más que les puedo contar (y
con la que me abro aún más a ustedes) es el hecho de que mi parte sensorial al
momento de comer también hizo de las suyas. En ese sentido, me cuentan que
antes de descubrir esa parte de mis sentidos con la comida, de niño observaba a
mi padre que, con ciertos alimentos, él los “escarbaba” y los ponía a un lado
del plato, maña que agarraría a la larga. Al final, descubrí que la “suerte” me
salió con esto, pues si bien he aprendido a comer bastante, también lo es que,
si no era por el “escarbar” de mi padre, el tema con la comida me agarraría por
lo sensorial ya que aún hay alimentos que no paso. Como muy bien de todo eso
que me gusta, pero cosas como brócoli, coliflor, la berenjena o el plátano
sancochado no los como por nada del mundo (irónicamente, si me cocinan plátano
vaporizado, ese sí que me lo disfruto). Y otra parte que ese acompañante no me
ayuda mucho es cuando hay ciertos sonidos que me pegan (no arrastres en mi
presencia una superficie de metal, por favor), lo cual hace que de inmediato me
tape los oídos y busque algún mecanismo de autorregulación, como el que ya
nombre unas líneas más arriba (el mecerme).
Pero,
así como mi amigo invisible me hace este tipo de cosas, así también puedo
defenderlo a capa y espada ya que gracias a él comprendo las cosas desde una
perspectiva distinta. Es como si estuviese en una sala con 100 personas y 99 de
ellas usan una PC con Windows y yo soy una computadora de la marca Apple. Me
ayuda a procesar las cosas de esa manera, diferente, y puedo resolver algún
problema que haya por ahí (excepto la muerte, eso sí). Y otra característica
que puedo contarles es que gracias a mi amigo tengo eso que se conoce como
“intereses especiales”. ¿Qué quiere decir esto? Que puedo tomar un tema
determinado y que este me absorba tanto que me convierto en un especialista de
este. Y en mi caso, esos intereses son los puntos centrales de este mundo que
he creado en el blog y en las redes sociales donde todos ustedes me siguen: el
cine y los videojuegos. Intereses a los que les he agarrado más cariño desde
que inicié mis andanzas con “El Mundo de P4rcival”. Una cosa más que puedo
contarles es que mi amigo invisible en ocasiones hace que las expresiones
idiomáticas de nuestro español me las tome muy literales. Es decir, que si no
tuviera las herramientas para poder captarlas a la primera, si alguien me
dijera “dame un segundo y te ayudo”, en un instante paso a decirle a la persona
que el segundo ya pasó. Pero afortunadamente he adquirido varias herramientas
para ello, y una de ellas es de mi propia cosecha pues he tomado esta
característica y la utilizo a mi favor con el objeto de sacar risas entre
quienes estén conmigo en ese momento.
Es bastante
probable que ahora mismo se sientan como si estuviese sonando la célebre
canción de Andrea Bocelli cantada a dúo con Marta Sánchez “Vivo
Por Ella”. Y si no es así, pues tranquilos, no pasa nada. Lo digo porque hasta
este momento he estado hablando de este amigo que, si bien ha causado momentos desagradables como, por ejemplo, acoso en mi etapa del colegio y
del liceo (escuela secundaria, para quienes me lean desde el extranjero),
también lo es que es alguien a quien abrazo con mucha fuerza pues es quien me
ha demostrado que puedo llegar a donde quiera y lograr lo que quiera. Y si
tuviese que volver a nacer y me lo topo en el camino, lo vuelvo a abrazar con
el mismo cariño. Ese amigo invisible del que les hablo es el autismo, mismo con
el que nací y con el que moriré, pero con el que disfrutaré los momentos buenos
y haré el esfuerzo de aprender de los malos. He escrito estas líneas también en
adelanto a la celebración este domingo del día internacional del síndrome de
Asperger. Felicidades a los padres, representantes y responsables de las
personas con la condición y, a mis hermanos con la misma, un fuerte abrazo y no
desistan nunca de alguna meta que les llegue a la cabeza pues vuelvo a hacer eco
de las palabras que el especialista en salud le dijo a mi madre: “le costará
mucho hacer las cosas, pero puede tener la seguridad de que aquello a lo que se
ponga como meta, lo logrará”.
¡Feliz 18
de febrero!