viernes, 16 de febrero de 2024

Mi amigo invisible y yo

 



         Bastantes han sido las películas que han tocado el tema de niños que tienen eso que llaman “amigos imaginarios”. Personajes que no existen, salvo en la imaginación de quien los crea. Según los especialistas, los amigos imaginarios se crean con el objetivo de que el niño tenga una especie de “protector” en situaciones donde le toca interactuar con otras personas, especialmente niños de su edad (usualmente entre los 2 y los 8 años). Y por norma suelen ser niños como ellos mismos o hasta personajes con características fantásticas, y un ejemplo de ello es Bing-Bong, de la película “Inside Out”.

 

         Esto se ha traído a colación porque quisiera abrirme con ustedes, mis queridos p4rcivalianos, y hablarles de un amigo que está en todo momento conmigo (y no, no es imaginario). Es un amigo invisible que me ha acompañado desde el día 1 en este plano terrenal. Un amigo que, si bien es cierto que nada más puedo ver yo, es tan real como el aire que respiro, como la comida que como cada día (gracias, Jefe Supremo, por permitírmelo). Amigo con quien he tenido grandes momentos a lo largo de mi vida, pero que también ha hecho que enfrente dificultades de todas clases. Donde si bien es cierto que he salido airoso de algunas, ha habido otras que no ha sido así. Un amigo que puede llegar a ser tan loco como “The Mask”, tan inteligente como Will Hunting, tan inocente como Matilda y tan valiente como Hércules.

 

         La presencia de este amigo fue detectada cuando tenía, aproximadamente, 1 año y medio. Fue en una de esas visitas rutinarias al pediatra y en un momento de la consulta, el especialista me llamó por mi nombre y ocurrió algo similar al Kevin de “We Need to Talk About Kevin” (si viste la película, sabrás de qué hablo): no reaccionaba con nada ni con nadie. Incluso cuando mi madre me llamaba, no me movía ni un poquito. Y después de ir por acá y por allá, se detectó qué ocurría conmigo. Pero antes de revelarles de qué se trata, les cuento que el especialista que hizo un análisis más profundo y que dio en el clavo con la respuesta, le dijo a mi madre que “le costará mucho hacer las cosas, pero puede tener la seguridad de que, aquello a lo que se ponga como meta, lo logrará”. Y al final, incluso con todo y que en aquellos años no se tenía tanto conocimiento sobre el tema en nuestro país, se le dio nombre a ese amigo que ha estado conmigo desde el momento de mi nacimiento.

  

         Si bien es cierto que, como lo diría uno de mis psicólogos en un informe que me redactó una vez, tengo algunas características, no entraba al 100% dentro de todo lo que involucra la presencia invisible de mi amigo. Más adelante (y realmente quiero decir “más adelante” en toda la extensión y sentido de la oración, pues pasarían muchos años) sabría el nombre exacto de ello, pero de eso ahondaré con calma más adelante. Mientras, puedo decir que las primeras características de que algo ocurría conmigo eran patentes gracias al andar con mi amigo invisible, pues era alguien que le gustaba estar en reuniones de índole social como fiestas infantiles y esas cosas, pero al momento de la interacción, era donde comenzaban a “verse las costuras” pues la mayor parte del tiempo me quedaba completamente solo en sitios como la sala de la casa que íbamos a visitar mis padres y yo dentro de mi propio mundo. Otra cosa que se dejaba notar era que me mecía mucho de niño, siendo esto una característica de autorregulación y que se me dispara en casos de ansiedad o nervios. Y una más que les puedo contar (y con la que me abro aún más a ustedes) es el hecho de que mi parte sensorial al momento de comer también hizo de las suyas. En ese sentido, me cuentan que antes de descubrir esa parte de mis sentidos con la comida, de niño observaba a mi padre que, con ciertos alimentos, él los “escarbaba” y los ponía a un lado del plato, maña que agarraría a la larga. Al final, descubrí que la “suerte” me salió con esto, pues si bien he aprendido a comer bastante, también lo es que, si no era por el “escarbar” de mi padre, el tema con la comida me agarraría por lo sensorial ya que aún hay alimentos que no paso. Como muy bien de todo eso que me gusta, pero cosas como brócoli, coliflor, la berenjena o el plátano sancochado no los como por nada del mundo (irónicamente, si me cocinan plátano vaporizado, ese sí que me lo disfruto). Y otra parte que ese acompañante no me ayuda mucho es cuando hay ciertos sonidos que me pegan (no arrastres en mi presencia una superficie de metal, por favor), lo cual hace que de inmediato me tape los oídos y busque algún mecanismo de autorregulación, como el que ya nombre unas líneas más arriba (el mecerme).

 

         Pero, así como mi amigo invisible me hace este tipo de cosas, así también puedo defenderlo a capa y espada ya que gracias a él comprendo las cosas desde una perspectiva distinta. Es como si estuviese en una sala con 100 personas y 99 de ellas usan una PC con Windows y yo soy una computadora de la marca Apple. Me ayuda a procesar las cosas de esa manera, diferente, y puedo resolver algún problema que haya por ahí (excepto la muerte, eso sí). Y otra característica que puedo contarles es que gracias a mi amigo tengo eso que se conoce como “intereses especiales”. ¿Qué quiere decir esto? Que puedo tomar un tema determinado y que este me absorba tanto que me convierto en un especialista de este. Y en mi caso, esos intereses son los puntos centrales de este mundo que he creado en el blog y en las redes sociales donde todos ustedes me siguen: el cine y los videojuegos. Intereses a los que les he agarrado más cariño desde que inicié mis andanzas con “El Mundo de P4rcival”. Una cosa más que puedo contarles es que mi amigo invisible en ocasiones hace que las expresiones idiomáticas de nuestro español me las tome muy literales. Es decir, que si no tuviera las herramientas para poder captarlas a la primera, si alguien me dijera “dame un segundo y te ayudo”, en un instante paso a decirle a la persona que el segundo ya pasó. Pero afortunadamente he adquirido varias herramientas para ello, y una de ellas es de mi propia cosecha pues he tomado esta característica y la utilizo a mi favor con el objeto de sacar risas entre quienes estén conmigo en ese momento.

 

         Es bastante probable que ahora mismo se sientan como si estuviese sonando la célebre canción de Andrea Bocelli cantada a dúo con Marta Sánchez “Vivo Por Ella”. Y si no es así, pues tranquilos, no pasa nada. Lo digo porque hasta este momento he estado hablando de este amigo que, si bien ha traído algunas cosas que ha causado cosas como, por ejemplo, acoso en mi etapa del colegio y del liceo (escuela secundaria, para quienes me lean desde el extranjero), también lo es que es alguien a quien abrazo con mucha fuerza pues es quien me ha demostrado que puedo llegar a donde quiera y lograr lo que quiera. Y si tuviese que volver a nacer y me lo topo en el camino, lo vuelvo a abrazar con el mismo cariño. Ese amigo invisible del que les hablo es el autismo, mismo con el que nací y con el que moriré, pero con el que disfrutaré los momentos buenos y haré el esfuerzo de aprender de los malos. He escrito estas líneas también en adelanto a la celebración este domingo del día internacional del síndrome de Asperger. Felicidades a los padres, representantes y responsables de las personas con la condición y, a mis hermanos con la misma, un fuerte abrazo y no desistan nunca de alguna meta que les llegue a la cabeza pues vuelvo a hacer eco de las palabras que el especialista en salud le dijo a mi madre: “le costará mucho hacer las cosas, pero puede tener la seguridad de que aquello a lo que se ponga como meta, lo logrará”.

 

         ¡Feliz 18 de febrero!

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