En algún momento de mi vida leí una frase en inglés en una franela que llevaba alguien por la calle. Y debo decirlo, la frase se me quedó grabada a fuego en mi memoria y hoy por hoy la recuerdo como si la hubiese leído en esa franela ayer. Dicha frase estampada (y traducida) reza así: “envejecer es obligatorio. Crecer es opcional”. Es una frase que todos, como seres humanos, deberíamos tener en cuenta en todo momento, que cada cosa tiene su momento en la vida. Algunas te tocan solamente una vez, otras se repiten varias veces, y están esos momentos en los que uno, como persona, elige hacer algo clave en aquellas ocasiones que pueden ser consideradas muy dolorosas: hacerse a un lado y huir de ellas o enfrentarlas y aprender de las mismas, donde uno se da cuenta de que quizás el pasado se quede inalterado por el accionar de una o varias personas (incluyendo el de uno mismo), pero es el presente por el que podemos hacer algo para hacer de nuestra vida algo mejor e impactar de buena manera en otros. Es una enseñanza que queda arraigada en muchos, y se ha dejado colar en varias producciones, de las cuales se puede nombrar el clásico de Disney “The Lion King”. Y para los tiempos que corren, bien vale el esfuerzo de recordar esta enseñanza en el más reciente trabajo animado del director japonés Hayao Miyazaki, basada en el libro “¿Cómo Vives?” de Yoshino Genzaburō.
Nos presentan a Mahito (Soma Santoki),
un muchacho de 12 años que enfrenta los horrores de la Guerra del Pacífico que
tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la muerte de su madre,
que ocurrió durante un incendio. Un tiempo después, él y su padre Shoichi (Takuya
Kimura), un fabricante de municiones de fotogramas, se mudan para el campo
donde su tía Natsuko (Yoshino Kimura) tiene una casa con varios
sirvientes. Al llegar allá, Mahito descubre que su padre ha decidido hacer una
nueva vida con ella y, además, está esperando un bebé. Y ese día que recién
llega, tanto él como su tía observan una garza que voló muy cerca de donde
Mahito estaba. La vida para él no resulta sencilla en estas primeras de cambio
ya que tiene una relación muy tensa con Natsuko, además de que varios
compañeros de clase en la escuela donde empezó en el poblado lo acosan hasta
golpearlo. Cuando está en el cuarto después de curarse las heridas (y con el
recuerdo de su mamá aún vivo), ocurre que la garza antes mencionada (Masaki
Suda) se posa en su ventana y comienza a hablarle a manera de molestarle y
le dice que su mamá se encuentra viva. Esto, obviamente, llama su atención, y tras
seguir al ave a una singular torre, dará comienzo al resto de la aventura que
vivirá el niño.
Espiritual. Esa es una palabra que
puede describir a la perfección esta cinta. Ello porque el espíritu del mismo
Miyazaki se encuentra plasmado en la forma de contarnos este relato. Y dándose,
además, el lujo de permitirse tomar el libro en el que está basada su película
y liberar el artista nato que está dentro de él, de su obra, sus trazos, sus
colores, sus diseños… todo. Liberar el artista nato en el sentido de que esta
cinta no es fiel al libro en el que está basada. Pero cuando uno se da cuenta de
que sus personajes son profundos, que tienen esa capacidad de resonar en el
interior de las almas que están viendo la presente cinta, que toca como
espectador poner atención a la trama porque hace pensar en muchos aspectos
cuando hablan, cuando es el lenguaje del cuerpo el que habla más que la propia
lengua, es cuando ese detalle se hace a un lado con tranquilidad pues el libro
cayó en buenas manos. Toda una amalgama de cosas bien concatenadas. Desde la
garza que puede al principio llegar a hacer ruido por su voz nasal (y a veces
chillona), pero que a medida que avanza el metraje de la película, te conectas
con ella, Mahito y ese fuerte apego que en gran medida uno siente que es como
si el mismísimo Miyazaki se extrapolara en este personaje y no quisiera dejar
este plano sin dejar una parte de él en su actual película. No es que no esté
presente su huella en sus anteriores películas, pero en esta la misma se siente
mucho más profunda. Volviendo con los personajes, hablamos de la garza y de
Mahito, pero si tuviera que mencionar uno más para que estemos encuadrados en
la profundidad de estos, entonces diría al tío abuelo que conoceremos en algún
momento de la trama. Afortunadamente, el director nipón también sabe aderezar
este tipo de contenidos con momentos que resultan hilarantes para quien vea
esta película, situaciones que sacan una sonrisa como mínimo.
Simbólica. Es otra palabra que también
le viene como anillo al dedo (todavía no conozco la primera película del
japonés que no lo sea). Acá tengo porque sí que mencionar algo del punto
anterior y es que los personajes tienen algún tipo de paralelismo, no solamente
con todo lo relacionado a esas lecciones que nos da la vida, sino también con
cosas relacionadas con la vida de Miyazaki. El tener una carga de un legado en
los hombros que puede ser pesada de llevar, el cuidado del medio ambiente
porque es el único que tenemos y seguimos haciéndole daño, el dejar ir algo o
alguien (sea porque terminamos una relación amorosa, tuvimos una pérdida
familiar, cualquier tipo de pérdida…) es un trabajo que puede provocar en el
espectador adulto que derrame lágrimas completamente genuinas. Aunque sea uno
de estos maravillosos personajes, en mayor o en menor medida, resuena en quien
la vea. Y los simbolismos están allí, sólo que acá se describen unos pocos,
pero si por algo se caracteriza esta película es por la libertad de
proporcionarle al público la capacidad de razonar y de ver dentro de sí mismo
cómo uno o más de ellos, a través de sus interpretaciones, puede hacer click
con el espectador en algún aspecto que simbolice uno o más capítulos de su
vida.
Artística. Es la tercera y última
palabra que describe a esta obra maestra de la animación. No tengo idea de si
alguno de los personajes humanos que aparecen en la película tenga algún
parecido con alguien de la vida de Hayao Miyazaki, lo confieso
(probablemente sí, pero no manejaba esa información al momento de escribir la
reseña), pero de una cosa estoy seguro y es que sin importar si lo son o no,
sus diseños están muy bien conseguidos. La dureza en las facciones de Mahito,
la ternura en Matsuko mientras está en la dulce espera, además de hacer el
esfuerzo de construir un lazo con el niño, la alegría de Shoichi dándose una
oportunidad de una nueva vida, son algunas de las que puedo resaltar. Y en los
personajes de ficción, la cosa va muy a la par de los humanos, empezando por la
garza que acompaña al chico durante gran parte de la película (y es, como dije,
una de las responsables con su diseño en sacar risas en algunos tramos de la
película), los Warawara, los habitantes del reino de los periquitos (destacable
acá el increíble trabajo de movimiento de estas aves, junto con la garza). Incluso
con todo y que tomó 7 años para su realización y que ya Miyazaki está en un
punto de su salud física que antes, si en 1 mes completaba 10 minutos de
película, ahora en ese mismo tiempo completa 1 minuto. Pero cada uno de esos
años valió el esfuerzo esperarlo. Y aún debo hablar sobre la animación, pues es
un trabajo muy cuidado, donde cada sencillo elemento se mueve de una manera muy
natural, desde la pluma más pequeña de las aves que aparecen en la película,
pasando por las expresiones faciales de los personajes, el fuego y sus
partículas hasta elementos como el agua del mar, todo tiene un gran nivel de
fluidez. Y acá estoy de acuerdo con lo que dijo el maestro Guillermo Del
Toro: “los animadores no quieren impresionar a nadie sino, más bien, hacen
un gesto sencillo pero hermoso con el pincel”. Y qué gesto, qué gesto. Y aún no
abarco por acá la música de Joe Hisashi, pues esta hace que sume muchos
enteros ya que, como si fuera una cebolla, le agrega capas de profundidad no
solamente al desarrollo de la trama, sino también a los personajes. Sólo
mencionar que una de sus canciones, titulada, “Ask Me Why”, vale por sí sola
toda la película. Ese piano que se deja escuchar durante toda la pieza deja
fluir las emociones que Mahito sentirá durante la película, el cómo encarará
todo, como se dijo unos párrafos arriba.
“The Boy and the Heron” es un trabajo
que merece, no solamente ser visto una vez, sino muchas, estudiarla, analizar
cada uno de sus cuadros de animación, su libreto, todo. Esto se ha dicho que es
una especie de testamento del director. Y si realmente lo es, puedo decir, sin
temor a equivocarme, que dejará de manera definitiva (si lo hace) el cine de
animación como los toreros: por la puerta grande.
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