No
es sencillo el iniciar la escritura con respecto a mi opinión del más reciente
trabajo del director Dennis Villeneuve. No lo es porque hablamos de un
universo que es una completa locura de pies a cabeza, y ha sido así desde que
el escritor Frank Herbert lanzara el primer libro de esta saga en el año
1965, una época en la que el humano caminó entre hippies, el lema “paz y amor”
y mucho más que se generó durante esa década de los ’60. Pero dentro de toda
esta locura, hay bastante inteligencia (como suele ocurrir con aquellos que el
mundo tilda de “locos”), y una obra como esta está hecha a la medida del
director desde que lanzó la parte uno allá en el año 2021, una donde debo decir
que fue una película estupenda en lo técnico, pero que se sintió como un
prólogo demasiado largo, además de sentirse en muy pocas ocasiones que llevó un
ritmo lento (repito: en muy pocas ocasiones). Pero afortunadamente, el aspecto
técnico antes mencionado, así como su elenco, llevaron a la película al éxito,
y superando en muchísimos aspectos a la “Dune” que dirigió en su día David
Lynch en el año 1984. Y si en estos momentos el lector se pregunta si es
indispensable haber visto la parte uno antes de ver esta nueva iteración de
esta saga, la respuesta es “sí”. Es tanto así que la película en parte de su inicio
toma eventos donde terminó la mencionada parte uno.
La princesa Irulan Corrino (Florence
Pugh) al inicio de la película se le observa grabando de manera secreta en
su diario ya que su padre, el emperador Shaddam IV (Christopher Lee) se
encuentra muy desanimado por los sucesos acaecidos en la casa Atreides, y que
llevaron a la muerte del cabeza de esta familia, Leto. Además, ella piensa que Paul
Atreides (Timotheé Chalamet) podría estar vivo. Y tal como lo comentamos
anteriormente en cuanto a retomar ciertos puntos de la parte uno, en la
película anterior Paul terminó formando vínculos con los Fremen ya que, con esa
alianza, estará determinado a cumplir la meta de su fallecido padre de unirse a
ellos y así traer la paz a Arrakis. Esto lo lleva a aprender no solamente del
estilo de combate que utilizan, sino también cosas como el idioma que hablan,
participar en operaciones que permitan eliminar a las tropas de los Harkonnen
que siguen en busca de la “especia”, entre otros. A medida que va pasando el
tiempo, Paul va ganándose a los Fremen, así como acercándose más a Chani (Zendaya).
Por otra parte, Stilgar (Javier Bardem) le cuenta a Jessica (Rebeca
Ferguson) que la reverenda madre se encuentra mal de salud, y que, además, tiene
todo lo que los Fremen buscan en una mujer para que pueda convertirse en la
sucesora de la reverenda madre, y que, para ello, debe beber el “agua de la vida”,
un líquido que puede resultar en una bebida muy venenosa para los hombres y
para aquellos que no estén entrenados en las artes de los Fremen.
Es cierto que puse al principio que no
es sencillo escribir sobre este universo, pero una cosa sí que es segura y es
que el aspecto técnico no presenta fisuras por ninguna parte. Empecemos con los
efectos especiales, mismos que están utilizados de la forma que debe ser: no
para ahogar al espectador con estos sino para ser parte de la película, para
ayudar a contar la historia, y aquí vaya que son indispensables pues elementos
como los gusanos de arena gigantes que tan populares fueron tanto en 1984 y en
2021 como en esta nueva película son parte de esta mitología, y aquí están más
presentes que nunca. Y eso sólo los gusanos pues cosas como naves volando,
explosiones y demás cosas están muy bien acabados y no se nota que hayan sido
computadoras las que se encargan de la magia. Por otro lado, tenemos un uso de
la fotografía de Greig Fraser asombroso. No es solamente que regresan las
paletas de colores arena y naranja, sino que, además, el azul vemos que se
cuela despacio entre estos colores, ya no solamente en los ojos de personajes
como Paul cuando se exponen a la especia, sino también en alguna prenda de
vestir, algún paisaje, así como también en elementos líquidos, además de
presentarnos unos hermosos blanco, negro y gris cuando tenemos frente a las
cámaras a uno o más miembros de la familia Harkonnen, y donde más resaltan
estos tres últimos colores es con Feyd-Rautha Harkonnen (Austin Butler),
el sobrino del varón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgård). Y el diseño
de producción de Patrice Vermette es también digno de resaltar
positivamente pues cada elemento está tan cuidado como los anteriormente
mencionados.
En el lado de las actuaciones, debo
decir que es un rubro muy destacado también pues el elenco que ya venía de la
película anterior se complementa de una manera estupenda con las nuevas
adiciones. Tenemos a un Timotheé Chalamet completamente recargado en su
Paul. Le imprime no solamente fuerza, sino también esos matices que lo hacen
lucir como una especie de mesías, donde se nota que está en la senda del “camino
del héroe”, pero que se va transformando de una manera asombrosa. Por otro
lado, Zendaya viene a hacer contrapeso al personaje de Paul, pero sin
quitarle ningún rasgo que hizo de su personaje uno digno de destacar en la
parte uno, mientras que Stellan Skarsgård sigue impactando a todos con
su presencia pues no por nada Vladimir ocupa un puesto importante dentro de la
familia Harkonnen. Y por el lado de las nuevas adiciones al elenco, el que más
resalta es, sin duda, Austin Butler, ya que su Feyd-Rautha es como la
estatua del “David” de Miguel Ángel: imponente. Es que, incluso en aquellas
escenas donde su personaje no pronuncia palabra alguna, da una actuación estupenda.
Y como bien dijo el célebre crítico Peter Rainer: “es oficial: ya Austin
Butler no se ve ni suena como Elvis Presley”. Quizás una pequeña tara viene
en que algunas de las nuevas adiciones (como la mencionada Florence Pugh)
no aparecen tanto tiempo en pantalla y que se les da un trato como si estuviesen
aún en la parte uno (es decir, los presentan, dicen pocas cosas y toca esperar
a la parte tres a que se desarrollen en su totalidad), pero lo poco que
aparecen dan buena cuenta de su talento.
Este mismo aspecto de las actuaciones
repercute en el libreto, pues se siente como lo que se dijo unas líneas arriba:
que presentan a estos personajes nuevos y no se desarrollan más hasta una
hipotética tercera parte. Es lo único de negativo que se destacaría del guion,
pues en todo lo demás tenemos uno muy bien escrito en cuanto al desarrollo de
personajes y trama. Esta segunda vista del anteriormente dicho “camino del héroe”
presenta unos aspectos bien interesantes a medida que van pasando los minutos.
Y una prueba de ello es que, si bien como se mencionó personajes como la
princesa Irulan no aparecen por tanto tiempo en pantalla, su desarrollo es
digno de observar. Este punto del desarrollo de los personajes incide también
en un aspecto tan importante como lo es el ritmo que, para pocos, las casi 3
horas de duración pueden sentirse tan pesadas como el material fuente. Pero
para muchos es un aspecto que no le prestarán atención pues los personajes bien
que las valen. Pero si por una cosa se ha caracterizado el cine de Villeneuve
(que aquí funge como escritor junto a Jon Spaiths) es la inteligencia.
No es alguien que trate al espectador como un ser que va al cine simplemente a
desestresarse y a no pensar, sino que lo trata como un ser que es pensante en
todo momento y que muchos de los temas que trata acá los coloca de manera que
quien la vea piense en todo momento durante la película. No importa si es una línea
de un personaje, si alguien está parado en algún sitio, si están peleando, en
una reunión… de nuevo, la inteligencia prima en cada cuadro. Uno de estos
elementos o algo más resonará en el espectador.
“Dune: Part Two” es un estupendo regreso de la obra de Frank Herbert cortesía de Dennis Villeneuve, tomando todo eso de bueno que hizo la parte uno una película que valiera el esfuerzo y maximizándolo para que se disfrute la película. Solamente unos detalles con el tiempo de pantalla de algunos personajes y sus intérpretes la alejan de la perfección, pero dejan todo servido para que esta sea una película que valdrá verla dos, tres, muchas veces más.
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