No se
trata solamente de hacer un cruce divertido entre el título de una trilogía
cinematográfica que ya tiene 20 años entre nosotros y un “snack” que se puede
disfrutar en prácticamente cualquier parte, pero hay 2 sitios que, sin duda,
son los que más se prestan para disfrutar de ellas. Mismos que son los cines
(un medio que se toca en este blog) y en los estadios (tienen mucho que ver con
el nacimiento de este día, cosa que veremos más adelante). Cotufa en Venezuela,
pochoclo en Argentina, palomitas de maíz en México y España, pop en Uruguay,
pipoca en Brasil… hablamos del mismo alimento, uno que viene de algo tan
singular como un grano de maíz que se somete a alta temperatura hasta que
explote y el almidón que contiene se puede disfrutar en forma comestible. Se
dice que en las tribus indígenas estadounidenses existe la creencia de que hay
espíritus bondadosos alojados en los granos de maíz que viven muy contentos en
su soledad, y que cuando los granos son expuestos a un extremo calor, su rabia
es tanta que explotan y se convierten en este bocadillo. Pero toda historia
siempre tiene su origen. Si ocurre de manera muy recurrente en los tiempos que
corren que en las salas podemos disfrutar de los orígenes de un personaje o de
otro (basta recordar la fantástica “Batman Begins” de Christopher Nolan como
ejemplo), pues este alimento (y su celebración el día de hoy) tienen orígenes
también, mismos que revisaremos en estas líneas, empezando con el snack.
Ahora
que ya sabemos cómo se obtiene, veamos algo tan importante como el primer
punto: su masificación para consumo. El primer registro que se tiene data del
año 1885, cuando el estadounidense Charles Cretors inventa la máquina para
preparar cotufas, y la misma funcionaba con aire caliente que se utilizaba para
reventar los granos. Unos años más tarde, en 1893, específicamente en la Exposición
Mundial de Chicago, se presenta la primera máquina de cotufas portátil,
logrando que a partir de este punto las cotufas fueran un snack muy popular, especialmente
con la llamada “era dorada de Hollywood”, donde su auge se elevó a niveles
estratosféricos. Esto se incrementó aún más con la llegada del cine sonoro en
el año 1927, mas no fue sino hasta 1929, año de la tristemente célebre “gran
depresión” estadounidense, que llegó más alto (si cabe) el consumo de cotufas.
En aquellos años las salas de cine eran sitios elegantísimos, era un arte
permitido para personas con cierto nivel de estatus social (también era muy común que
antes del cine sonoro, los pudientes y los que sabían leer eran los que podían
disfrutarlo) y el consumo de alimentos estaba prohibido. Pero durante esta
época los espectadores que entraban a las salas “metían coleadas” bolsas
pequeñas de cotufas que costaban entre 5 y 10 centavos pues el hambre pegó tan
fuerte en los ciudadanos de ese país que pasar una sesión completa de una
película sin comer nada era tortuoso para muchos, y comenzaron a actuar de esta
manera. Pero durante el año 1931, una empresaria llamada Julia Braden vio que
el vender cotufas en una sala de cine tendría un potencial enorme, y con esa
idea en mente fue con los dueños del Linwood Theather de Kansas City para que
le permitieran instalar un puesto de cotufas dentro de la sala. Los empresarios
se dieron cuenta de que ponerse en contra de consumir cotufas dentro de la sala
cuando ya muchos las metían en sus bolsillos era como luchar contra un titán de
la mitología griega. Este movimiento tuvo tanto éxito que comenzaron a
replicarlo en otras salas de cine, y ya para el año 1940, a nivel nacional,
todas las salas de cine contaban con un puesto dentro de ellas.
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