Sí, no hay ninguna duda de que Bradley Cooper
tiene madera como director, que daba gusto saber que se vería en la gran
pantalla un poco de la vida del fallecido Leonard Bernstein (y del que
directores de orquesta como nuestro Gustavo Dudamel ha hablado de su
admiración por sus trabajos diciendo, por ejemplo, que “alcanzó lo más hermoso
que cualquier artista puede alcanzar. Fue un alma libre”) era algo que tarde o
temprano se vería en el cine, y que vistos los trailers, su parecido físico con
el del fallecido compositor está bien conseguido (aspecto del que hablaremos
más adelante). De eso, repito, no hay ninguna duda al respecto. Pero una cinta
no vive únicamente de los datos que esta tenga o de cosas técnicas como las que
se han mencionado unas líneas más arriba, sino que todos los aspectos en
conjunto son los que determinan si puede o no considerarse una oda a la
excelencia en cine. Es lo que se verá en este artículo de la segunda incursión
de Cooper como director y, coincidencialmente, una donde la música
vuelve a tomar protagonismo, considerando que vino de filmar hace unos años el
remake de “A Star is Born”. Una donde, además, repite como actor, y
donde veremos más a fondo si en esta ocasión ha funcionado el que haga este
doble rol (dirigir y actuar).
Abrimos con un Leonard Bernstein (Bradley Cooper)
ya entrado en años tocando el piano y brindando una entrevista que está siendo
grabada. Luego, si bien es cierto que las fechas importantes no se citan en
pantalla (y si el espectador se conoce la biografía del músico), cronológicamente
pasamos al 14 de Noviembre de 1943, cuando un joven Bernstein recibe una llamada
telefónica de la Orquesta Filarmónica de Nueva York pues Bruno Walter, el
director invitado del recital sinfónico de esa noche, se enfermó, por lo que
recibe la orden de dirigir el concierto que estaba pautado para que el maestro
Walter lo dirigiera. Aquí se observa un punto a favor de la cinta y es que no
empieza de la forma tradicional que lo hacen muchos biopics, que inician con el
protagonista cuando era apenas un niño, descubre el talento que lo hará célebre
en un futuro y el personaje crece a medida que avanza la película. En esta
iniciamos con el personaje ya de adulto y preparándose para ir al teatro a
hacer tanto como pueda con la música que se tocaría esa noche, ya que no ha
ensayado nada. La jugada termina con estupendos resultados, haciendo que el
nombre del joven conductor salga bien parado de su primera experiencia sobre el
escenario. Un tiempo después conoceremos a dos mujeres importantes en la vida
del músico: primero veremos a Shirley Bernstein (Sarah Silverman) para
luego observar a Felicia Montealegre Cohn (Carey Mulligan), hija de un
hombre de negocios. Estuvo en Chile por los negocios de su padre y ahora se
encuentra en Los Ángeles estudiando piano, pero en realidad se va más por la
actuación. Es en este punto donde se observa que hay una química muy buena
entre Mulligan y Cooper pues en estos primeros compases donde sus
personajes se conocen, la misma se traduce en el cómo será la dinámica cuando
ellos aparecen en pantalla.
Hay que decir las cosas como son en cuanto a que hay
que ver el cine (y cualquier otra cosa de la vida) como lo que es, y no
solamente por una o más personas que aparezcan en ella tanto delante como
detrás de las cámaras para no ponerla como una especie de “vaca sagrada” o lo
que representa (parece mentira que hoy en día hay quienes aún hacen eso) y si
algo hay que decir de bueno (y queda en clara evidencia) en esta cinta es que
el apartado técnico está a un gran nivel. El vestuario creado por Mark
Bridges está recreado con tino, permitiéndose el gusto de ir pasando de la
década de los 40, cuando Bernstein empezó a hacerse un nombre en la industria
musical, pasando por los 50,60 y 70 para llegar a los 80, cuando vivió los
últimos momentos de su vida. Es tal el nivel que logró con su trabajo que no
importa si hablamos de las escenas que son en blanco y negro o completamente a
color, todo lo confeccionado en vestuario pasa con buena nota. Por otro lado,
también hay que destacar que si esta es una cinta que repasa de manera breve la
vida del músico, no podía ser otro que el mismo Leonard Bernstein quien
le diera ambiente a la película con sus notas. Desde las melodías alegres de “On
The Town”, pasando por el drama de “West Side Story” hasta la ópera
más compleja que compuso en vida se dejan escuchar y hasta algunas de sus
composiciones son recreadas en el film. El plato fuerte lo completa la dupla
protagonista conformada Bradley Cooper y Carey Mulligan. Como las
damas son primero, hay que decirlo más alto, pero no más claro: esta podría
convertirse en la mejor actuación de la carrera de esta actriz británica, pues
los años de preparación e investigación de este personaje (en el que se contó con
muchas grabaciones de la verdadera Montealegre, e incluyó al entrenador de dialecto
Tim Monich, que tuvo contacto con la Felicia real) se dejan apreciar en
la forma en que Mulligan pronuncia sus líneas y hace los matices de voz
indispensables para que no se sienta que sea una burda imitación sino una
recreación estupenda de la esposa de Bernstein. Por otro lado, Bradley
también hace un trabajo estupendo tanto en la postura corporal como en los
ademanes del maestro cuando está dirigiendo una orquesta, para lo cual tuvo
acceso a grabaciones del verdadero Leonard. Material conseguido después de una
exhaustiva investigación de seis años mas otros tres con el mismísimo Gustavo
Dudamel asistiendo a la Filarmónica de Los Ángeles, lo que le permitió
tener más comprensión e inmersión sobre el mundo de la dirección orquestal, así
como de Yannick Nézet-Séguin, quien forma parte de la Metropolitan
Orchestra como director musical, para proporcionar orientación y dirección y
hasta guiarlo a través de un auricular mientras filmaba con el objeto de que
estuviese en los tiempos de la canción que estuviese dirigiendo. Quizás el
listón que dejó en “A Star is Born” todavía se siente en cuanto a que
tomó a un personaje de una película y lo interpretó de una forma sencillamente
inolvidable (tanto, que le valió varias nominaciones a premios), pero no se
puede negar que su interpretación como Bernstein es digna de elogio. Eso sí, si
bien el maquillaje de Kazu Hiro está a un gran nivel (destacar la
recreación de Felicia y de Bernstein, especialmente cuando ya es un adulto
mayor), algo que puede llegar a ser distrayente en este apartado es que resulta
muy notoria la nariz prostética que porta Cooper, pero considerando el
gran nivel del resto de lo que se muestra en la cinta en este renglón, se le
perdona esta equivocación.
El punto de la nariz prostética es lo que se podría
decir en estos días que es lo “meh” (es decir, lo no tan bueno, para quienes no
sepan el significado de esta expresión), pero es en este momento donde aún está
en el aire si la película es, como se dijo al principio, una oda a la
excelencia cinematográfica, y la respuesta es “no”. Tenemos actuaciones a buen
nivel, recreación de las épocas muy bien conseguida a nivel de escenarios y
vestuario, por decir lo menos, y esas son verdades innegables. Es en este punto
donde pasamos a ver el trabajo del Bradley Cooper que funge como
director de la película, y todo hay que decirlo, estuvo muy cerca de alcanzar
la excelencia, se quedó en el camino. En principio, si su trabajo no fue
excelente, es porque tanto él como su equipo cometieron el error de asumir que
quien vaya a ver la película conoce todos los detalles de la vida del músico, y
el objetivo en este tipo de películas es presentarle al sujeto de la misma a
quien no lo conozca y sienta curiosidad por saber más del mismo, y eso se deja
ver en dos aspectos: no se colocan en pantalla fechas en las que ocurrieron
ciertos acontecimientos y los personajes van creciendo físicamente a un ritmo
muy acelerado. Esto se observa también en el ritmo de la cinta (lo más grave),
haciendo que, si bien dura un poco más de dos horas, estas se sienten como que
se subieron a un cohete y van volando a toda velocidad. Esto también afecta en el
hecho de que el resto del elenco no tenga suficiente tiempo en pantalla,
haciendo que vayamos una escena tras otra con los personajes principales. Las
prisas nunca son buenas consejeras, y este es el detalle que le pasó factura a
un trabajo que pintaba en los trailers, pero que, claramente, hace honor a
aquel dicho de la sabiduría popular que reza que “no todo lo que brilla es oro”.
Son detalles que empañan la película, pero que afortunadamente no destruyen lo que
se plasma en pantalla.
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