Han
salido muchas lunas desde aquel 1 de julio de 1991 cuando llegó a los cines “Terminator
2: Judgement Day”. Fue sensacional el ver una película que superó en,
prácticamente, todo a la primera (excepto, claro está, ese final. Aún siento
que no debía terminar así, pero bueno…). Hablamos de unos efectos visuales
excelentes que han envejecido estupendamente, que da gusto verlos con los ojos
de hoy, unas muy logradas secuencias de acción, una dirección de James Cameron
muy buena (así como también un Cameron que llegaría a lo alto en la escritura
de esta película junto con William Wisher), un T-800 y una Sarah Connor
en las pieles de Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton, respectivamente,
completamente renovados (Sarah, ese look de bad girl te vino genial), y
las incursiones de Edward Furlong como John Connor, el hijo de Sarah (y con
la que debutaría oficialmente como actor en el cine) y Robert Patrick
como el T-1000, el antagonista de la película, fueron aspectos que hoy por hoy
se recuerdan y esta cinta se sigue estudiando en las universidades y tomándose
como referencia para quienes se convertirán en los cineastas de mañana. Es una
película que vale el esfuerzo ver, y donde, si se tiene la posibilidad de
acceder a la versión Extreme (como es mi caso), háganlo, pues van a
encontrar perlas en las formas de, por ejemplo, una versión extendida y una
versión interactiva que cuenta, además, con el final que se hizo originalmente
(y donde ya había pasado por todo el proceso de postproducción). Pero si hoy
estamos tocando esta película, es porque hay un personaje que presentaron en
aquel entonces y que hoy sigue teniendo el mismo gancho para atraer audiencias
como el primer día. Hablamos, por supuesto, de su villano: el T-1000.
Quizás a
la primera impresión se puede uno preguntar qué tiene de particular este villano,
y hasta pueda tener el atrevimiento de decir que no hay nada llamativo en este
personaje, pero no es así, pues tiene su encanto. Para empezar, ya el simple
hecho de que esté hecho, como se explica en la película, de una polialeación mimética
que le permite cambiar de forma es un inicio contundente. Y tomando este
aspecto en el contexto humano, siento que cuando se trata de crecer nosotros
como personas debemos ser como ese androide, específicamente del material que
está hecho, de polialeación mimética, pues la idea es que sí, envejecemos con
el tiempo y es obligatorio, pero crecer ni es lo mismo ni se escribe igual, y
debemos hacer todos esos cambios en nuestras vidas (así como lo hace el T-1000)
que nos permitan crecer como personas. ¿Encuentras un obstáculo? Eso es normal,
nadie dijo que los cambios serían rectos, sin obstáculos y fáciles de recorrer,
y aquí es donde debemos responder como esa aleación nuevamente. ¿Cómo?
Desconstruyéndonos y reconstruyéndonos por dentro, así de simple. Y otra cosa
que se puede destacar es que al principio no tendremos tanta fuerza mientras
empezamos a cambiar esto o aquello, pero a medida que vamos avanzando, ganamos
en esta y podremos lograr y aspirar a más y mejores cosas para nuestras vidas.
Y si estas impactan positivamente nuestro entorno, mejor.
Una
característica más por la que este villano tiene su encanto, y que podemos usar
a nuestro favor en el plano real, es su capacidad de desarrollar en partes de
su cuerpo herramientas simples. En la película, como lo explica el androide
interpretado por Schwarzenegger, dichas “herramientas” son cuchillos y armas
punzantes. En la vida real, las herramientas que debemos utilizar son aquellas
que nos permitan avanzar en alguna área de nuestro interés personal o profesional,
llámese destrezas sociales para la vida o conocimientos como ingeniería o
bibliotecología, por decir lo menos, y que, al mismo tiempo, esas herramientas
se mejoren con el tiempo actualizándolas constantemente. Y nunca parpadear,
siempre mantener el enfoque en lo que queremos, porque si el T-1000 no parpadeó
en ninguna de las veces que le tocó utilizar armas de fuego en la película
(cosa que refleja la excelente actuación de Robert Patrick), nosotros
debemos hacer lo mismo.
Finalmente, puedo decir que este villano en el celuloide nos brindó secuencias memorables y un manejo muy prolijo de los efectos visuales por computadora, y ese encanto, ese “baila’o”, no se lo quitará nadie. Pero dentro de toda esa parafernalia también se saca ese encanto que podemos extrapolar en nuestra vida cotidiana y hacer de nosotros mismos personas mejores. Nunca será ni muy tarde ni muy temprano para buscar y encontrar el progreso, nunca.
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